Carta
Estimado lector, quiero compartir
contigo el siguiente escrito de Dimas Antuña[1],
que considero una buena iniciación para aprender a contemplar imágenes
sagradas.
Mi querido amigo: Me dice Ud. que le
han encargado una imagen de San José para una iglesia y que no sabe si aceptar
o no ese trabajo que considera difÃcil; considérelo imposible y luego acéptelo.
No va Ud. por propia inspiración hacia San José (cosa que serÃa ir directamente
a un fracaso, o a una obra falsa) sino que una circunstancia lo pone a Ud.
delante del Santo. Ahora bien, yo creo que las circunstancias no existen y que
delante de cada circunstancia debemos decir: Dominus est[3],
y negarnos. Negar nuestros gustos, negar nuestras virtudes, negar hasta esa
idea que nos hemos formado de lo que somos capaces de hacer. ¿San Pedro era
capaz de caminar sobre el agua? No, por cierto. Pero era capaz de echarse al
agua. Y eso es lo importante. Lo demás lo obrará el Señor en nosotros.
Su imagen tiene un destino especial,
será dedicada al culto. ¿Cuál es la función de una imagen expuesta a la
veneración de los fieles?
Una función doble: 1º, despertar la
devoción; 2º, no estorbar la oración.
Vivimos in sensibus (en los sentidos). La imagen debe tomarnos en lo que
estamos, en los sentidos y despertarnos, por los sentidos, a lo espiritual.
Pero debe estar hecha en tal forma que no dé un deleite sensual al sentido; no
debe ofrecerse con jugos de devoción sentimental, debe dejar pasar el alma a
través de lo sensible.
Y para esto la imagen debe ser
verÃdica. Debe ofrecer claramente, con la claridad que le es propia, una
doctrina clara. AsÃ, una Dolorosa, debe representarnos los dolores de MarÃa, y
es una verdadera blasfemia (catalana) representar esos dolores con la imagen de
una prima donna que se retuerce las
manos. Patetismo bajo, de teatro, y de teatro malo.
La verdad de una imagen tiene un
elemento intelectual "cifrado" y un elemento emocional que debe ser
"templado". Los sÃmbolos propios de la imagen deben dar la doctrina
de la imagen, y el hieratismo (que no quiere decir tiesura sino majestad,
presencia de Dios, temor) debe moderar lo humano, el calor humano que es necesario que exista en una
imagen, pues una imagen es un homenaje a la Encarnación, y los santos fueron
hombres como nosotros.
Despertar la devoción, no estorbar
la oración. Para que la imagen no estorbe la oración debe estar construida con
una unidad rigurosa. Podrá ser rica de sentido y detalles, pero es necesario
que diga una sola cosa (asà sea con mil detalles) y que tenga un solo
movimiento o una sola quietud, como sea.
Un barroco hará girar todo en un
solo movimiento; un romántico sosegará todo en una sola quietud, de admiración
o de sorpresa o de revelación sublime y pacÃfica. De modo que la imagen quede
como apagada (asà sea brillantÃsima), porque apagada aquà ha de ser la
intención de no brillar, de no distraer, de no deslumbrar. Una imagen no debe
excitar los sentidos. Debe despertarnos de la vida sensible y tirarnos de
adentro a sosiego. La Inmaculada de Murillo hace imposible el sosiego; la
Dolorosa del Sagrario, en la Catedral, nos impone silencio. Evitemos a Murillo,
que era mulato. Imitemos al que hizo la Dolorosa, que no sabemos quién era.
Los sentidos deben quedar en una
imagen como la ropa en una percha: el oficio de la imagen después de despertar
los sentidos a devoción es "dar paso", dejar el alma en libertad.
Cuando la oración termine, el alma volverá a la imagen y recogerá de ella los
sentidos que dejó sosegados en ella. Si una imagen cumple asà su oficio,
diremos de esa imagen que es devota; es decir, que no está desatada, sino
sujeta (devoción, quiere decir sumisión amorosa) y produce sentimientos de
humilde sumisión a Dios.
Veamos ahora el caso particular de la imagen
de San José.
Para "cifrar" la
imagen el artista dispone de ciertos sÃmbolos que declaran la vida y los
misterios de San José. Debe estudiarse en particular cada uno de esos sÃmbolos,
sin pensar en la imagen: la imagen será construida después con ellos. Estos
sÃmbolos son: La túnica, el manto, la corona, el martillo, la vara y la flor,
la descalcez, el EspÃritu Santo.
Luego debe estudiarse el
"hieratismo", es decir, la actitud, el calor humano y la moderación
divina de la estatua. En esto tendremos en cuenta: si estará de pie, si oye o
mira, si lleva o presenta al niño, si se apoya en la vara, o la lleva, o la
empuña.
Esta solución "concreta"
de la imagen puede ser realizada de las más diversas maneras: yo supongo aquÃ
una imagen que harÃa yo para mÃ, lo que no implica que no pueda ser hecha de
otro modo, diferente y hasta mejor, es decir, en el que luzca con más claridad
formal la doctrina de lo que debe ser una imagen y la verdad de lo que debe ser
un San José.
La túnica: El santo debe estar vestido. Yo le pondrÃa la
túnica de muchos colores de José. No podemos, no debemos ni confundir ni
separar a José de San José; y en José tenemos cantidad de cosas sensibles que dan
luz sobre San José. Le visto, pues, la túnica polymita, de muchos colores, la
túnica de zarzahán, que significa la variedad de las virtudes, y que es un
regalo del Padre. ¿Hay algún inconveniente estético? Se resolverá por los
medios propios de la escultura policromada cuyos recursos son muchos. Lo
esencial es saber que queremos vestir a San José con la túnica de colores de
José.
El manto: El manto debe ser la stolabyssina que Faraón vistió a José cuando fue exaltado. Yo le
pongo, pues, un manto de un solo color, claro. El manto es la caridad perfecta
que vincula, cubre y cumple todas las virtudes. Es la perfección del matrimonio
espiritual del alma confirmada en gracia. La realización del manto queda
librada al artista; lo único importante es querer realizar ese manto de una
sola tela, de un solo color claro, por oposición a la túnica llena de variedad;
lo importante es tener conciencia de que el manto éste es la cima de perfección
del santo, donde una sola cosa es necesaria y esa sola cosa ha sido lograda y
vivida hasta que nos ha transformado en ella. Asà pues: el vestido tiene esa
oposición, la variedad de la túnica y el color uno y simple del manto.
La corona: San José es prÃncipe y debe llevar una
corona. Puede llevarla en la cabeza, pero eso resultará poco claro. Beuron[4]
pone la corona en el aire, atravesada por los rayos. El sÃmbolo ahà es claro.
Puede ponerse en otro lugar. PodrÃa realizarse esta idea: "en San José el
prÃncipe y el obrero uno al otro se anulan para que la carne no pueda envanecerse
de ninguno". La corona y el martillo irÃan juntas, como fueron en su vida.
El martillo: SÃmbolo claro de que es "Faber",
carpintero o herrero. Pero ya se sabe la doctrina sobre esto: es
"faber" por imitación del Padre, Faber
de toda la creación, Artesano del mundo - y carpintero por razón de la Cruz del
Hijo. Yo sé que todo esto no sirve a un artista que ya tiene las manos puestas
a la obra: pero si estas cosas se ponen bien adentro, Dios da, sin saber
nosotros cómo, el modo de realizarlas. No es indiferente mientras ponemos el
martillo pensar que es el martillo con que se desclava a Cristo: José de
Arimatea también responde a San José, le es armónico.
La descalcez: Otro misterio: recordemos que no está
descalzo porque le falten zapatos, sino porque se ha descalzado.
Está descalzo como Santa Teresa. Los
pies descalzos son la base: la pobreza, la primera de las bienaventuranzas,
puerta del Reino. ¿Cómo puede darse esa descalcez? Todos los pies descalzos,
cualquiera sea el motivo de la descalcez no son idénticos. No. No son iguales
los pies descalzos de una estatua griega que los de Cristo, puestos sobre el
áspid y el basilisco. Entremos en esta doctrina, en esa luz de los pies
descalzos y ya Dios nos dará cómo expresarlos.
La vara: Aquà tenemos el sÃmbolo por excelencia de San
José: su vara es el bastón alto del patriarca, vara de autoridad - porque es
patriarca - y de peregrino - porque los patriarcas caminaron hacia una ciudad
que no es de este mundo -. No me gustan ninguna de las dos varas de Beuron. Me
gusta totalmente la vara del Greco: que sea un bastón asÃ, todo un bastón.
Misterio de la flor: San Luis
Gonzaga, San Antonio de Padua, tienen
una azucena: sÃmbolo de la pureza virginal. La azucena cortada larga, el
chicote de lirio, es decir un tallo y una flor que sale del tallo: flor propia
del tallo, tallo hecho para la flor. Nada de esto conviene a San José y es
preciso evitarlo so pena de embarullar todo en una majaderÃa de pureza
sentimental. La flor que florece en la vara de San José es de puro milagro: es
como la que floreció en la vara de Aarón. El bastón de San José, su bastón de
patriarca, no debe tener proporción de
tallo con la flor. El bastón es autoridad del marido: que sea fuerte. La
flor es independiente de ese bastón: que sea pura. Y que se vea bien que la
flor y el bastón van juntos no por consecuencia y proporción natural (como la
que existe entre el tallo jugoso y las flores de una vara de nardo) sino por
pura gracia de Dios "añadida" y no "exigida". La flor va en
el bastón, pero no sale del bastón. El bastón que lleve la flor, pero no porque
le haya sido dado al Santo para llevarla. Le ha sido dado el bastón para llevar
el Niño, y la flor, esto es, la virginidad, es como un rocÃo de lo alto. Está
unida al bastón: nada más. Insisto en esto porque en esto fallan las imágenes
modernas de San José. Yo llegarÃa a poner la flor en la punta del bastón. La
pondrÃa un poquito antes, como un brote. La vara dice: es patriarca. La flor:
es virgen. La dos cosas están juntas, pero no tienen relación de dependencia o
consecuencia.
El EspÃritu Santo: Debe llevar un sÃmbolo del
EspÃritu Santo por haber tenido la plenitud de los dones a pesar de pertenecer
al Antiguo Testamento. San José fue como los "hijos de Dios" que son
"movidos" (accionados) por el EspÃritu Santo. Unos ponen los siete
rayos, como en Beuron. Otros la mano (el Padre) con el dedo (el EspÃritu Santo)
como en la otra estampa de Beuron. La idea debe ser ésta: Quien mire debe
entender que este Santo es conducido personalmente por el EspÃritu Santo. Dios
lo conoce por su nombre, como a
Moisés, y lo conduce con una providencia singularÃsima, indecible.
Tales
son los sÃmbolos para cifrar la imagen: esa es la doctrina. Veamos ahora el acto, la presencia simple que lleva
todo eso, subordina todo eso, habla con y por todo eso y dice una sola cosa.
Actitud: de pie y presentando el Niño al pueblo fiel. Evitar que aparezca llevando el
Niño, de niñero. Que empuñe bien la vara y presente el Niño: son dos cosas
correlativas: son su misión, su "majestad". Y que la figura suya
quede velada en la humildad: que dé la impresión de un hombre grave, que sabe
lo que hace, que sabe quién es, que sabe para qué está ahà de pie, pero que no
se produce ad extra, [para aparecer].
Yo pondrÃa la cabeza "oyendo" y los ojos mirando para dentro: una
cabeza que hace atención, que presta atención. Presta atención al pueblo y al
Niño, oye a los fieles y oye al Verbo.
La Virgen mirando al Niño ha sido
toda la Edad Media: la relación de la Virgen y el Niño permiten eso y la
ingenuidad filial de la Edad Media merecÃa expresar eso. Nuestra época es muy
dura y San José está en medio del hambre: presenta al Niño para aplacar a los
monstruos y tiene esa actitud de oÃr para darnos calma. Que esté envuelto en
silencio y contagie silencio. Que su actitud de presentar al Niño sea como para
exorcizar el siglo.
El que trabaja para San José debe
renunciar a ser "Artista". El Artista es una cosa del Renacimiento,
del mundo. En la Iglesia se necesita un oficial artesano, es decir, un hombre
que conozca su oficio y trabaje con manos puras. Para una imagen que va a ser
objeto de culto conviene más un espÃritu
de obediencia que un espÃritu de afirmación individual. Trabajemos en un San
José por docilidad la EspÃritu más que por inspiración propia que busca
expresarse.
Rafael y los otros del Renacimiento
hicieron cosas bellas con al Sagrada Familia, los Desposorios, etc. Pero la
belleza es de ellos, no de los misterios. Los misterios son un pretexto, para
expresar el alma del Artista. Aquà debemos proceder al revés: que las manos del
oficial sean un pretexto para que pasen por ellas (con humildad y obediencia y
negación de sÃ) los misterios de Dios. Evitemos a Rafael: evitemos también a
Beuron. Una lectura exacta no es una cosa que canta. Beuron no estorba, pero no
despierta. Beuron es un catecismo. Cosa excelente, descanso del espÃritu
después de las locuras literarias. Pero no es un prefacio, no es una antÃfona,
no despierta. Y la imagen debe
"recordarnos", [despertarnos].
Greco tiene de grande que precipita
sobre San José esos ángeles, y le da el paso del patriarca extraño a este
mundo, pero a Greco le falta el sentido trágico de San José: yo le hubiera
pedido a Greco que pusiera no ángeles celestes, sino de tinieblas: en la misma
forma que esos ángeles, los otros, "las potencias del aire" de que
habla San Pablo, dominadoras del mundo moderno.
Que la imagen de San José tenga algo
de grande, de simple: algo que detenga. Una imagen para ahuyentar las
devociones interesadas. Que el "devoto josefino" entre a la iglesia
con intención de pedir plata, o cosas temporales y egoÃstas, y sea detenido por
la paz de San José y pida oración, conocimiento de sà y desprecio del mundo.
Una imagen que detenga el corazón blando, sucio y sentimental de nuestra época.
Yo quisiera poner en la peana del Santo esta palabra de las LetanÃas que
resume, para mÃ, el misterio de iniquidad de nuestra época y el misterio de
clemencia revelado a nuestra época en San José: Sancte Joseph, terror daemonum, ora pro nobis, San José, terror de los
demonios, ruega por nosotros.
Miércoles, 5 de agosto de 1931
Nuestra Señora de las Nieves
[1] Nacido en 1894 y fallecido en
1968. Uruguayo, vivió largos en Argentina, vinculado al grupo que fundó los
Cursos de Cultura Católica y dieron origen a las revistas Signo, Criterio, Ortodoxia, Número. Maestro autodidacta de la
espiritualidad litúrgica y del arte sagrado, dedicó parte importante de su vida
al apostolado litúrgico a través de conferencias, poesÃa y prosa poética,
introduciendo a la simbologÃa de la liturgia. Dejó inéditos varios volúmenes de
una obra sobre la Santa Misa, fragmentos de la cual aparecieron en la revisa
franciscana Itinerarum. Publicó:
Israel contra el Angel (1921), El cántico (1926), El que crece (1929), Mon Brésil
(1938) una bellÃsima: "La vida de San José" (1941). El Testimonio
(1947) es una antologÃa de sus conferencias y poesÃas. Colaboró en diarios: La
Nación (Buenos Aires), El Bien Público (Montevideo) y en las revistas arriba
mencionadas. Más recientemente se han publicado en la revista Gladius (Buenos Aires) más conferencias
y cartas suyas, entre otros, a su gran amigo el afamado artista sagrado e
ilustrador de obras religiosas Juan Antonio Spotorno, a quien posiblemente fue
dirigida esta carta.
[2] Tomado de la Revista: Número (Buenos Aires) Vol. II (1931)
Agosto, Nº 20, pp. 62-63. Se republicó en la Revista Gladius (Buenos Aires) Nº 28, pp. 73-79
[3] Es el Señor
[4] La multicentenaria
ArchiabadÃa benedictina de Beuron, en la cuenca alta del Danubio, fue un centro
de renovación de la espiritualidad católica, de la renovación litúrgica y del
arte sagrado, que hizo escuela y fue punto de referencia no solamente del
catolicismo alemán, sino europeo y mundial. La liturgia espiritual renovada de
Beuron, vivida como una forma de contemplación mÃstica hecha cuerpo, influyó
profundamente en generaciones y generaciones del catolicismo alemán y marcó
decisivamente el espÃritu de algunos de sus grandes maestros, como Romano
Guardini. Dice su discÃpulo Alfonso López Quintás: " Desde la noche en que
asistió asombrado al rezo litúrgico de los benedictinos de Beuron, Guardini
vivió la vida litúrgica con una profunda vibración interna"...
"Cuando, a los 21 años, el joven estudiante de TeologÃa en Tubinga se adentra
en la iglesia abacial de Beuron y siente el 'aura de misterio santo y
salvÃfico' que llena sus naves y asiste emocionado a los oficios divinos,
vividos con la pureza y la hondura propias de los monasterios benedictinos,
comprende que la Liturgia católica representa la manifestación más genuina de
la oración de la Iglesia, 'esa misteriosa realidad que está tan profundamente
dentro de la historia y, sin embargo, es garantÃa de lo eterno'". Guardini
ha dicho al respecto que "siempre pensé que debÃa existir necesariamente otra
mÃstica en la que la intimidad del misterio estuviese unida a la grandeza de
las formas objetivas, y ésta la encontré en Beuron y en su Liturgia". La
AbadÃa de Beuron creó en relación con este movimiento litúrgico también un
taller y escuela de arte litúrgico y sagrado.